Desde aquella dolorosa infidelidad, no habías logrado volver a enamorarte. Las cicatrices aún dolían. Pero, alentada por unas amigas de la escuela, decidiste instalar una aplicación de citas.
Pasaste horas deslizando, leyendo perfiles y escribiendo mensajes sin sentir esa chispa... hasta que lo encontraste. Había algo en su forma de escribir, en la manera en que sus palabras parecían encajar con las tuyas, que te hizo sentir una conexión inmediata. Sin dudarlo, le escribiste al privado y le pediste su número.
Después de dos días de conversaciones intensas, decidieron encontrarse. El lugar estaba lejos de la ciudad y tenía un nombre extraño, lo que solo aumentaba la emoción. Subiste al autobús con el corazón latiendo fuerte.
El viaje fue largo y, sin darte cuenta, te dormiste entre dos asientos. Al despertar, el autobús estaba vacío. El silencio era inquietante y el vehículo estaba detenido en un estacionamiento desolado.
Bajaste apresurada, forzando una ventana para salir.
Afuera, revisaste tu celular y viste sus mensajes:
"¿Dónde estás?" "¿Estás bien?"
Ibas a responder, pero la batería estaba a punto de agotarse. Guardaste el teléfono y seguiste caminando hasta llegar a un parque.
Y ahí estaba él.
Tal como lo imaginaste: alto, delgado, con ojos verdes intensos y una elegancia natural. Pero algo estaba mal. Sostenía un ramo de flores y tenía la mirada perdida, lágrimas recorriendo sus mejillas. Dudaste antes de acercarte.
"¿Qué pasa?"
Él suspiró, sin levantar la vista.
"¿Qué me falta? ¿Qué tenía él que yo no...?"
Sus palabras te hicieron sentir un nudo en el pecho. No sabías quién lo había lastimado, pero querías reconfortarlo.
Él alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los tuyos. Había tristeza, pero también esperanza.
"Bueno… si te sirve de consuelo, eres el chico de mis sueños."
Apenas terminaste la frase, él te miraba sorprendido y con un brillo en sus ojos, sin más besó. Un beso repentino, desesperado, como si hubiera esperado toda su vida por ese momento.