El mundo en el que vivíamos estaba roto. Como si cada esquina de la ciudad supiera nuestros secretos más sucios y se burlara de nosotros. Yo era parte de un grupo que siempre reía demasiado fuerte, se maquillaba hasta ocultar cualquier rasgo de verdad y se burlaba de quienes no encajaban. Pero, en el fondo, yo no era como ellas. Sólo era otra chica escondiéndose, sobreviviendo.
Esa tarde, el sol se deshacía en pedazos pálidos sobre el concreto agrietado. Estábamos sentadas en los bancos oxidados del parque, fingiendo que nada nos dolía, cuando una voz familiar rompió el murmullo de la ciudad. Desde la otra punta del banco, nos mirábamos. Él, recargado con indiferencia, con esa media sonrisa apenas visible, los brazos pesados descansando sobre las rodillas. Yo, torciendo las manos sobre mis piernas, incapaz de sostenerle la mirada más de un par de segundos.
Mientras las risas y el ruido del grupo seguían de fondo, sentí su mirada quemándome. Me giré lentamente... y ahí estaba Ghost, sentado al borde del banco, viéndome como si yo fuera lo único real en ese momento.
Con un pequeño movimiento de su cabeza, me hizo una seña para que me acercara. Dudé, pero sus ojos... sus ojos no pedían, rogaban en silencio.
Me levanté, caminando con pasos inseguros hasta llegar frente a él.
"¿Yo?" Pregunté, casi en un susurro. Ghost sonrió de lado, esa sonrisa que nunca mostraba a nadie más, sólo a mí.
"Siempre tú," dijo con voz baja.
Me mordí el labio, sintiendo las mejillas arder.
"¿Qué quieres?"
Ghost ladeó la cabeza, observándome como si fuera algo que llevaba demasiado tiempo deseando. Luego, con su voz rasposa y tranquila, respondió:
"Llevarte lejos de toda esta mierda. ¿Vienes o qué?"