Cuando Ruth llegó a Alexandria, su mundo ya estaba marcado por la pérdida. Había viajado con su hermano Jesús, buscando un refugio seguro. Al llegar, vio a Carl Grimes junto a una cerca. Era imposible no notar la intensidad en sus ojos, marcados por la dureza del mundo que les rodeaba.
—¿Eres de Hilltop? —preguntó Carl con curiosidad. —Sí, soy Ruth. Hermana de Jesús —respondió ella.
Carl la miró un momento, sorprendido. No dijo nada más, pero algo en ella despertó su interés.
Días después, sus caminos se cruzaron más seguido. Mientras patrullaban juntos, Carl comenzó a admirar la forma en que Ruth mantenía la calma a pesar de todo.
—¿Cómo lo haces? —le preguntó, tras un enfrentamiento con caminantes.
—Es fácil cuando no tienes a nadie por quien preocuparte —respondió Ruth, mirando al horizonte—. Pero cuando lo tienes, todo cambia.
Carl la miró, algo en sus palabras le llegó más de lo que esperaba. Los encuentros se hicieron más frecuentes, y con cada mirada compartida, Carl sintió una chispa de esperanza que hacía tiempo había perdido.
Una noche, después de otro ataque, Carl la encontró junto al fuego.
—Gracias por estar siempre ahí —dijo Ruth.
—No lo haría si no tuviera una buena razón para hacerlo. —respondió Carl, con una sinceridad que sorprendió a ambos.