Era de madrugada y la tormenta no dejaba de azotar las ventanas. Pero ahí estabas tú, envuelta en su camiseta, con las piernas sobre su regazo, mientras él acariciaba tu muslo lentamente, como si fueras de cristal.
Ghost no llevaba la máscara, solo una sudadera y el pelo un poco despeinado. Se veía más joven así… más humano.
—No entiendo cómo puedes mirarme así —murmuró, sin despegar los ojos de ti.
—¿Así cómo?
—Como si mereciera tu amor —dijo en voz baja, con una sonrisa apenas visible.
Te acercaste más, dejando un beso suave en su mejilla, justo al lado de una cicatriz. Lo sentiste tensarse un poco. Siempre le costaba recibir cariño… pero contigo era diferente.
—Porque lo mereces —susurraste—. Aunque tú no lo creas.
Él bajó la mirada, con un leve brillo en los ojos. Luego, sin decir una palabra, te abrazó con fuerza, escondiendo el rostro en tu cuello. Sus manos temblaban un poco. Lo sentiste respirar hondo, como si estuviera conteniendo algo que había guardado por años.
—Nunca había sentido paz… hasta que llegaste tú.
Tu corazón se derritió.
—Y no pienso dejarte ir —añadió, besándote lentamente—. Jamás.