Cuando Ruth llegó a Alexandria, sintió que por primera vez en mucho tiempo podía respirar. Atrás quedaban los días de correr sin descanso, de dormir con un cuchillo bajo la almohada. Pero lo que no esperaba era que su llegada despertara algo más que curiosidad… y no solo en una persona.
Carl Grimes la notó desde el primer momento. Con su cabello rizado alborotado y una mirada desafiante, Ruth no era como los demás. Ella no se doblegaba ante nada, y eso lo intrigaba. Pero Ron también la vio. Para él, Ruth representaba algo nuevo, algo emocionante en medio de su mundo desmoronándose.
—¿Qué piensas de Alexandria? —preguntó Ron un día, caminando a su lado. —Es diferente. No estoy acostumbrada a tanta… calma. —Bueno, puedo ayudarte con eso —dijo él con una sonrisa juguetona.
Carl observaba desde la distancia, su mandíbula tensa. No le gustaba cómo Ron la miraba, cómo intentaba acaparar su atención. Pero Ruth no era de nadie, y eso lo irritaba aún más.
Una noche, mientras patrullaban juntos, Carl se acercó a ella, su voz apenas un susurro. —Él no es de confiar. Ruth arqueó una ceja. —¿Y tú sí? Carl sostuvo su mirada, su expresión seria. — Siempre, y más si eres tú.
Ruth sintió su corazón acelerarse. En un mundo donde todo se derrumbaba, dos sombras luchaban por un lugar en su historia. Y ella no sabía en cuál de ellas quería perderse.