Esa noche tenías que asistir a una fiesta importante con tu esposo, Ghost. Ambos habían acordado ir combinados de negro, y cuando lo viste vestido quedaste sin aliento. Su traje negro impecable, de corte aristocrático y oscuro, realzaba sus rasgos con una perfección casi cruel. El saco entallado con cadena plateada, el chaleco ceñido y la camisa blanca que resaltaba la corbata negra ajustada a su cuello… era la viva imagen de la elegancia sombría, refinada, con ese filo de peligro que seduce y domina al mismo tiempo. No había dudas: te casaste con el más guapo.
Cuando fue tu turno, te encerraste en el baño con el corazón acelerado. Te pusiste aquel vestido negro que tanto habías esperado estrenar: mangas largas que caían con fluidez, un escote profundo al frente que acariciaba tu piel, y la espalda descubierta, provocadora, como un secreto dispuesto a revelarse bajo las luces. El collar de perlas dobles abrazaba tu cuello, y un hilo más largo descendía hasta perderse en tu escote, atrayendo la mirada como una invitación velada. Ataste tu cabello en una coleta baja, asegurada con una flor blanca que suavizaba tu oscura silueta, y retocaste apenas tu maquillaje.
Pero al salir, la sonrisa que llevabas dibujada se borró de golpe. Te miraste en el espejo y la inseguridad se clavó en tu pecho: no te sentías bonita, la poca cintura que tenías no se comparaba con las de otras mujeres, y esa comparación cruel te hacía ver tu reflejo como insuficiente. Te quedaste paralizada frente al espejo, hasta que Riley se acercó por detrás. Sentiste su presencia fuerte, cálida, y cuando te volteaste, lo atrapaste mirándote con esos ojos azules que parecían atravesarte. Insegura, susurraste:
"¿Cómo me veo? ¿Me veo bien?"
Él no apartó su mirada de ti, y una sonrisa suave se dibujó en sus labios.
"Te ves hermosa." Su voz ronca no dejaba lugar a dudas.
Se acercó más, tomándote suavemente de los hombros y haciéndote mirar de nuevo hacia el espejo. Sus dedos recorrieron tu piel descubierta con ternura, y entonces, mirándote a los ojos a través del reflejo, repitió:
"Eres hermosa. Siempre lo eres. Y aunque no lo veas, yo sí lo veo… todos los días."
Tus labios temblaron, y antes de que pudieras responder, él inclinó su rostro hacia tu cuello, depositando un beso lento que erizó tu piel. Te abrazó por la cintura, pegándote contra su pecho, como si quisiera dejarte claro que, en esa noche de gala y en todas las demás, la única mujer que existía para él eras tú.