La luz se había ido hacía dos días, y aunque pensaste que volvería pronto, no fue así. Al tercer día, harta del calor y la oscuridad, llamaste a la empresa de electricidad. No tardaron en enviarte a alguien, y cuando abriste la puerta… Dios.
Alto, fornido, una camiseta ajustada a su pecho firme. Su gorra apenas ocultaba los mechones rubios que caían sobre su frente, y cuando levantó la mirada, unos ojos azules intensos se clavaron en los tuyos con una mezcla de curiosidad y diversión.
"¿Llamaste por un problema de electricidad?"
Asentiste rápidamente. Él se dirigió al panel eléctrico, sacando herramientas. Te mordiste el labio, incapaz de apartar la mirada de cómo sus músculos se tensaban con cada movimiento.
"Va a tomar un rato."
Se inclinó para revisar los cables, y tu mirada viajó a su remera apretada que resaltaba su fuerte espalda... Mierda.
"Oye, pásame la linterna."
Fuiste por ella y al volver, por los nervios tropiezas torpemente, cayendo sobre su espalda.
Él se giró rápido, sujetándote por la cintura antes de que pudieras apartarte. Su agarre era firme, su cuerpo cálido y fuerte.
"¿Estás bien?"
No pudiste responder. Sus ojos te devoraban, y los tuyos a él. La tensión en el aire era palpable. Sus brazos firmes rodeaban tu cintura, y su aliento cálido chocaba contra tu piel, provocandote un escalofrío.
"Tienes… tienes toda la cara roja"
Murmuró con una sonrisa, su tono cargado de diversión, pero también de algo más oscuro… más intenso.
Intentaste moverte, apartarte un poco, pero tu mano rozó su entrepierna por accidente.
Su respiración se cortó. Sus dedos se apretaron en tu cintura, y sus pupilas se dilataron al mirarte.
No te dio tiempo a disculparte.
En un solo movimiento, te jaló contra su pecho y capturó tu boca con la suya.
Su beso era hambriento, dominante, como si hubiera contenido ese deseo. Sus labios se movían contra los tuyos con urgencia, exigiendo más. Sus manos descendieron por tu espalda, aferrándose a tus caderas y pegándote más a él, haciéndote sentir lo duro que estaba.