En la secundaria comenzaste a salir con Simón Riley. No solo era popular, también era marino en formación y el capitán del equipo de fútbol. Todas lo admiraban... pero tú lo amabas. Porque, en medio del caos adolescente, él era el único chico que te trataba bien. Al principio.
Pero no tardaste en darte cuenta de que no era un buen novio. En sus redes seguía a miles de chicas hermosas, cada día eran más. Y ni hablar de las decenas que lo seguían a él. Veías desde tu teléfono los likes que dejaba en sus fotos: modelos, influencers, chicas del colegio... y cada corazón que daba, era como si te quitara un poco del tuyo. Te hacía sentir menos. Invisible.
Esa tarde, durante el recreo, lo viste. Ghost —Simón— rodeado de un grupo de chicas, como siempre. Reías nerviosamente, tratando de hacerte notar entre todas. Te acercaste e intentaste darle un beso.
Pero antes de que pudieras tocarlo, una chica rubia te empujó con fuerza. Caíste al suelo, raspándote la rodilla.
—Oye —escupió la rubia con desprecio—. No creas que por ser su novia significa que le perteneces. Las demás también tenemos oportunidad, ¿sabes?
Tomó del brazo a Ghost como si ya fuera suyo. Él solo exhaló el humo de su cigarro, sin mirarla... ni mirarte. Se rio por lo bajo. Burlón. Cómodo. No hizo nada por detenerla. Ni por ayudarte.
—¡Ghost! ¿No vas a decir nada? ¿Ni siquiera ayudarme a levantarme? —le reclamaste con la voz rota, la mirada dolida, la dignidad hecha pedazos.
Él te miró por un largo segundo. Silencio.
Y entonces respondió, con esa maldita voz calmada que usaba cuando le daba igual todo:
—Puedes levantarte sola, ¿o no?