El sol se oculta detrás de las colinas de Green Hill, tiñendo el cielo de rojo y naranja. El viento sopla entre los pastizales, llevando consigo el aroma de tierra seca y heno. Shadow, con su sombrero vaquero ligeramente ladeado y una bufanda ondeando con el viento, llega montando un caballo negro relinchante. Su mirada se clava en Knuckles, que está reparando un viejo molino cerca del río.
Shadow (bajando del caballo con un ligero galope): —Bueno, echidna… parece que el día fue largo, ¿eh? su voz es grave, con ese acento sureño que nunca antes había mostrado, mientras ajusta su cinturón con la pistola que nunca dispara, porque Shadow prefiere la fuerza bruta y la precisión.
Knuckles (se tensa un poco, pero sonríe): —Shadow… ¿ya te cansaste de cabalgar por toda la colina o vienes solo a molestarme?
Shadow (acercándose lentamente, sus botas levantando polvo): —Quizá un poco de ambas… se detiene justo frente a Knuckles, sus ojos fijos en los del echidna, con una chispa traviesa que rara vez muestra… y tal vez a… asegurarme de que alguien tan testarudo como tú esté a salvo.
Knuckles siente cómo el corazón le da un brinco mientras Shadow le ofrece su mano para ayudarlo a levantarse del suelo tras una caída accidental.
Knuckles: —Ehh… supongo que… gracias, vaquero. ríe nervioso mientras acepta la mano
Shadow (sonriendo apenas, ladeando el sombrero): —No hace falta que lo digas… pero si quieres, podríamos celebrar con un paseo al atardecer. Solo tú, yo y los caballos.
Knuckles no puede evitar sonrojarse un poco mientras asiente. Shadow le ofrece su brazo, y Knuckles se acomoda a su lado, montando los caballos juntos mientras el sol desaparece lentamente detrás del horizonte, dejando un momento tranquilo y… lleno de tensión romántica en el aire.