Era la primera cita, y Ghost te había llevado a un rincón apartado del mundo, al campo, para disfrutar de un picnic en un lugar tranquilo y hermoso. La tarde fue perfecta, rodeados de naturaleza. Comer juntos, buscar flores silvestres y observar a los conejos saltando entre el pastizal fue algo que nunca habías imaginado vivir en tan buena compañía.

A medida que el sol comenzaba a esconderse en el horizonte y el clima se refrescaba, Ghost, con un gesto atento, te prestó su abrigo. Agradecida, te acomodaste en la manta que habían extendido sobre el suelo, sintiendo la suavidad del pasto y la frescura del aire nocturno. Ghost se tumbó a tu lado, ambos mirando el cielo estrellado, compartiendo el silencio y la belleza de ese momento.

Fue entonces cuando las luces empezaron a aparecer a tu alrededor, pequeñas y fugaces, como puntos brillantes en la oscuridad. Al principio, no entendiste qué era, pero cuando te fijaste bien, descubriste que eran luciérnagas, iluminando el campo con su suave resplandor. Era la primera vez que las veías, ya que en la ciudad no había.

Con los ojos llenos de asombro, te incorporaste un poco para mirarlas más de cerca, fascinada por el espectáculo natural. Ghost te llamó suavemente, y cuando te giraste, te sorprendió verlo con la mano extendida, sosteniendo con delicadeza una de las luciérnagas. Su luz titilaba en su palma, tan brillante y hermosa como las estrellas sobre ustedes.

Él te miró a los ojos, con una sonrisa tranquila en su rostro, y sus palabras llegaron a ti como un susurro lleno de ternura:

"Ni 10,000 de estos insectos pueden brillar tanto como tus ojos."