Ghost siempre fue el teniente frío. El que no daría ni una migaja de pan por otro. Al que no le importaba nadie. El sin corazón.
Todas las mujeres de la base intentaron estar con él. Desde la más bella hasta la más coqueta, pero ninguna logró conseguir más que una mirada indiferente, una frase seca, o en el mejor de los casos… un entrenamiento extra. Nadie pudo conquistar ese corazón de acero.
Hasta que llegaste tú.
Nadie lo podía creer. Que alguien como tú —infantil, demasiado alegre, hiperactiva y sensible— hubiera logrado derretir ese hielo impenetrable hace ya un año. Todos murmuraban. Decían que al lado de las otras mujeres de la base —todas con buena figura, fuertes, hermosas, independientes— tú no tenías oportunidad. Ni siquiera sabías cocinar. Y más de uno te despreciaba.
Pero a él no le importaba.
Esa tarde estabas en el patio, jugando con el perro de Riley. Corrías de un lado a otro, riendo sin parar, sin quedarte quieta ni un segundo. Sin saberlo, Ghost estaba recostado contra una pared, observándote con una sonrisa ladeada. Le encantabas. No podía apartar los ojos de ti.
Un ruido tras él lo sacó por un instante de su ensueño. Era Soap, que al verlo sonreír se quedó pasmado. Luego, al seguir su mirada y verte correteando con el perro, soltó un suspiro y preguntó sin filtro:
"¿Qué le ves? Nunca hubiera esperado que gustaras de alguien así."
Ghost no se inmutó. Solo se cruzó de brazos, y sin apartar la vista de ti, su sonrisa creció un poco más. Su voz salió suave, casi como un susurro:
"Mírala… Moriría por ella. Mataría por ella."