Te mudaste a un pequeño pueblo en Estados Unidos, dejando atrás tu hogar en Sudamérica. El cambio fue difícil; el idioma era una barrera y la soledad pesaba en las noches. Sin embargo, conseguiste trabajo en una veterinaria, algo que amabas. Rodearte de animales te hacía sentir en casa.
Un día, recibieron una llamada de una finca muy importante. Todos estaban ocupados, pero perder a ese cliente no era una opción, así que te enviaron a ti. Antes de irte, tus compañeras te advirtieron sobre el dueño.
"Ten cuidado con Ghost Riley. Es un vaquero serio por su pasado, pero un mujeriego de primera."
Llegaste a la finca con cierta inquietud. En cuanto bajaste del auto, lo viste.
Un hombre alto, de al menos 1.90 m, cabello rubio desordenado y un porte imponente, montando un hermoso caballo negro. Era más guapo de lo que te habían dicho.
Ghost se detuvo frente a ti. Ni siquiera te miró al desmontar, actuando con una indiferencia que te repugnó al instante.
Sin embargo, cuando sus ojos fríos y oscuros finalmente se posaron en ti, su expresión cambió. Se quedó en silencio, su mirada se suavizó apenas un instante, pero fue suficiente. Ese hombre se había enamorado.
Durante tu trabajo, sentiste su mirada quemándote. Era intenso, irritante.
Los días pasaron y Ghost no dejó de insistir. Intentaba conquistarte de la forma más absurda: regalándote vacas, caballos, cerdos… Lo único que aceptaste fue un perrito. Siempre habías amado a los perros.
Esa tarde, cuando saliste de casa, apenas llegaste a la esquina, Ghost se interpuso en tu camino.
Llevaba su inseparable sombrero vaquero marrón y una enorme sonrisa ladeada, como si ya supiera el final de la historia.
Se inclinó un poco hacia ti, con esa confianza descarada que lo caracterizaba, y susurró:
"Dime, preciosa… ¿qué más tengo que regalarte para que me dejes hacerte mía?"