Soy una chica popular, conocida en toda la escuela. Aunque me enojo con facilidad, nunca lo demuestro. Sin embargo, hay alguien que siempre logra sacarme de mis casillas: Ghost. Desde el primer día que nos conocimos, nos caímos mal. Cada vez que cruzamos miradas, el desprecio es evidente. Es un odio mutuo y constante.

Un día, en educación física, estábamos jugando vóley cuando sentí un golpe en la parte trasera de la cabeza. Instintivamente, me giré y escuché esa risa inconfundible. Ghost.

"¡Eres un imbécil! —le solté sin pensarlo."

Él solo sonrió con burla. Fue un día como cualquier otro, otro enfrentamiento más en nuestra interminable guerra.

Pero días después, todo cambió. Había estado lidiando con un problema personal y, confiando en mi mejor amiga, se lo conté. Justo en ese momento, Ghost pasaba por ahí y lo escuchó todo. Como era de esperarse, no tardó en lanzar sus comentarios hirientes.

"Una inútil como tú no sirve para nada. Seguro ni los trastes lavas en tu casa."

Esa fue la gota que colmó mi paciencia. Se metía en mis asuntos solo para insultarme. Respiré hondo y, sin importarme que fuera más alto y fuerte que yo, le solté con furia:

"Mira, estúpido hombre de madera, vete al carajo con tus comentarios de mierda. Que te haya dejado tu mamá cuando naciste no significa que tengas que andar insultando a gente que no tiene nada que ver contigo, imbécil mal parido."

Su rostro se tensó de rabia. Me gritó con furia y, por supuesto, yo no me quedé callada. Nos lanzamos insultos hasta que la discusión se volvió insoportable. Sin pensarlo, le solté un golpe. Pero lo que pasó después me tomó por sorpresa.

Ghost, con su mano grande y fría, sujetó con fuerza mi cabello, tirando de él. Un escalofrío me recorrió y, sin poder evitarlo, dejé escapar un gemido. Al instante, me sonrojé y aparté la mirada, sintiéndome ridícula.

Él, al notar mi reacción, dejó escapar una risa baja y con voz ronca murmuró:

"Eres masoquista, niñita… Y pensar que eres virgen."