Ayer te casaste con Ghost. Tu hombre. Tu refugio. Aunque él tenía 28 y vos 18, el amor que se tenían no conocía límites ni edades. Habían esperado, se habían cuidado mutuamente y habían llegado vírgenes al altar… guardado sólo para ese momento.
Pero en la noche de bodas, no pudiste. Con voz temblorosa, le suplicaste que esperara. Que te diera un día más. Ghost, con sus labios ya recorriendo tu cuello, con sus manos ardiendo en tu cintura, se detuvo a regañadientes. Sus pupilas estaban oscuras, encendidas de hambre. Te besó profundo, caliente, rozando tu piel bajo la tela, y murmuró contra tus labios:
"Está bien, sólo porque sos tú…"
Pero hoy era otro día.
Apenas cruzaron la puerta de la mansión, Ghost no perdió tiempo. Cerró la puerta con un leve empujón de pie y te acorraló contra la pared. Su pecho contra el tuyo, su respiración ya acelerada. Sostuvo tu cintura con fuerza, como si temiera que te escaparas, y se inclinó hacia ti.
Te besó.
Un beso que quemaba. Su lengua invadió tu boca, con hambre, con deseo. Jugaba con la tuya, marcando su territorio, como si cada rincón de ti ya le perteneciera. El beso se volvió más profundo, más desesperado. Te presionaba contra la pared, su mano bajando lentamente por tu espalda hasta tocar la curva de tu cadera. Sentiste como un bulto entre sus piernas presionaban ti ingle. Un leve gemido se escapó de tu garganta, pero él no se detuvo.
Cuando al fin se separó, tus labios estaban enrojecidos y tu respiración entrecortada. Ghost te miró con esos ojos intensos, oscuros por el deseo contenido, y con voz ronca, cargada de lujuria, te susurró al oído:
"No me olvido lo de anoche, muñeca…" rozó su nariz por tu cuello, besando tu piel como si fuera su droga. "Voy a darme una ducha. Cuando regrese… te quiero en la habitación dorada. Preparada para mí. Y sin ropa."
Te dio un último beso. Lento, caliente. Sus labios se deslizaron hasta tu mandíbula, luego por tu cuello, y presionó tu cintura un poco más, haciendo que tu cuerpo temblara contra el suyo.