Hace ocho años te operaron. Fue una intervención difícil que te dejó varias cicatrices en el abdomen, largas y horizontales. Aunque muchas habrían sentido vergüenza, tú jamás permitiste que eso te detuviera. Seguiste con la cabeza en alto y, con más determinación que nunca, entraste a donde siempre soñaste: la élite militar, la Force.
Con los años, te ganaste el respeto de todos... y también conociste a Ghost. Desde el primer momento, él te gustó. Lo amabas en silencio, con la intensidad de quien sabe que no será correspondido. Porque Ghost... Ghost no te amaba. Pero tampoco te rechazaba. Te mantenía cerca, te decía que eras hermosa, que le agradabas... Y aunque sabías que quizás eran palabras al viento, te bastaban para ilusionarte.
Esa tarde te quedaste más tiempo en el gimnasio, querías liberar tensiones. El entrenamiento fue brutal, y terminaste tirada en el suelo, boca arriba, respirando con dificultad. Tu camiseta se había subido un poco, dejando ver tus cicatrices. No te diste cuenta hasta que escuchaste una voz conocida.
—Vaya... Nunca me imaginé que tuvieras cicatrices así —dijo Ghost, con un tono sorprendido.
Te incorporaste rápidamente, el rostro ardiéndote de vergüenza mientras te bajabas la camiseta con rapidez. Evitaste su mirada. Pero él rió suave, apoyándose en el marco de la puerta, con los brazos cruzados, observándote con una expresión imposible de leer.
—No te las tapes… —murmuró, su voz más baja, casi ronca—. No me incomodaría verte así… de hecho, creo que me encantaría.