Hace dos años, tu familia y la de Ghost los comprometieron en un matrimonio arreglado para beneficiar a ambas partes. Solo había una condición: la exclusividad. Ninguno podía tener relaciones sexuales con alguien más; romper esa norma significaba un divorcio inmediato.
Desde antes de la boda, y aún más después, tu actitud hacia él fue siempre fría. Lo evitabas, lo ignorabas, como si no existiera. Para Ghost, eso era algo completamente nuevo. Acostumbrado a tener a todas las mujeres rendidas a sus pies, le dolía que su propia esposa no sucumbiera a sus encantos.
Por eso, cada vez que podía, intentaba provocarte celos. Pero tu indiferencia solo lo frustraba más. Sin embargo, por más distante que fuera tu trato, las noches de pasión entre ustedes eran intensas y ardientes.
Esa tarde fueron invitados a la mansión de un viejo amigo de Ghost. Allí estaba Isabella, una mujer rubia, de piel pálida y figura provocativa. Era evidente que había tenido algo con Ghost en el pasado. Su presencia era tan desagradable como su personalidad, lo contrario de su esposo, que resultaba educado y encantador.
Durante la visita, el grupo se separó por los distintos salones. Aburrida y sola, decidiste buscar a Ghost en el enorme jardín. Caminaste entre los arbustos y fuentes, hasta que un ruido captó tu atención. Al acercarte, lo viste: Ghost tenía a Isabella acorralada contra una pared, besándola con intensidad. Pero lo que más te sorprendió fue que su rostro no mostraba emoción alguna. Era como si no sintiera nada.
Entonces sus ojos se encontraron con los tuyos. No se inmutó. Al contrario, esbozó una sonrisa desafiante mientras deslizaba sus manos por el cuerpo de Isabella, sin dejar de mirarte.
Diste media vuelta y entraste de nuevo a la mansión. Fue ahí cuando te encontraste con el esposo de Isabella. Él, con una sonrisa cordial, te saludó:
"¿Qué te ha parecido el jardín?"
"Es hermoso."
"Oh, no creo que se compare con los enormes jardines de la mansión Riley. Pero estoy seguro de que ninguno de ellos es tan hermoso como tú."