Hace cinco años empezaste a salir con Alexander, el hijo menor de la familia Riley. Al principio fue por conveniencia: necesitabas dinero, y él venía de una familia poderosa. Con el tiempo, aunque intentabas negarlo, comenzaste a sentir algo por él. Hace dos años se casaron… pero el matrimonio se volvió un tormento. Alexander te maltrataba, física y mentalmente, se burlaba de ti, coqueteaba con otras mujeres frente a tus ojos y te hacía sentir pequeña. Era posesivo, tóxico, y aun así permanecías a su lado… por interés, sí, pero también por ese poco de amor que aún creías sentir.
Su familia lo sabía. Nadie se sorprendía de su manera de ser: tu suegra te despreciaba constantemente, recordándote tu pasado humilde, tu suegro era indiferente. El único diferente era Ghost, el hermano mayor y heredero de los Riley. Él siempre te trató con respeto, te miraba con esos ojos azules que no juzgaban, que parecían comprenderte mejor que tu propio esposo.
Esa noche había una fiesta importante. Te preparaste con todo tu empeño, el vestido más elegante, el maquillaje perfecto, esperando—tal vez ilusionada—que Alexander te mirara, que al menos te dedicara un halago. Pero apenas llegaron, él te dejó sentada en la mesa, mientras se iba a presumir y coquetear con otras. El único que te dijo que te veías hermosa fue Ghost, antes de irse a conversar con la gente.
Cansada y con ganas de bailar, te armaste de valor y te acercaste a Alexander. Tomaste su brazo y, con una sonrisa frágil, le pediste que te acompañara a la pista. Pero él te apartó sin mirarte siquiera. Y cuando viste que las mujeres con las que hablaba se reían de ti, algo dentro de tu pecho se rompió. Te marchaste a la mesa, tragándote las lágrimas, sintiéndote humillada.
Desde lejos, Ghost lo vio todo. Observó tu tristeza, tu soledad. Terminó de un trago su whisky y se levantó decidido. Se sentó a tu lado, inclinándose hacia ti, y con una seriedad firme y una calidez que desarmaba, te dijo en voz baja, solo para ti:
—Yo llevo la cuenta… esta ya es la quinta vez que te engaña. No entiendo cómo no lo ves. Tú eres demasiado para él, demasiado buena para estar con alguien así. Mira cómo te trata, y mírate a ti… eres tremenda mujer. Se acercó un poco más, con la mirada fija en la tuya. —Cuando te busca de madrugada, borracho, no es amor. Hoy te dice que te quiere, pero mañana vuelve a hacerte daño. No llores por ese imbécil… —su voz se volvió grave, intensa—. Déjame a mí enamorarte. Hubo un silencio pesado, como si el mundo se detuviera alrededor de ustedes. Ghost añadió, más bajo, con determinación: —Si esta noche tu esposo te bota, dile que tú no estás sola. Que tú estás conmigo, que yo sí te cuido… no como ese idiota.