Nunca fuiste deseada. Esa frase recorría tu mente como un eco maldito, uno que había aprendido a convivir contigo desde siempre. Tus padres, borrachos y drogados, te lo repitieron una y otra vez como un mantra cruel. "No fuiste más que un error... nunca te quisimos."
Tu infancia fue una pesadilla: gritos, golpes, noches sin comida, días sin consuelo. A los seis años, lo inimaginable ocurrió. Tus propios padres te vendieron por droga y dinero. No les importaste. Para ellos, siempre fue más valioso un billete arrugado o una bolsa de polvo que tu existencia.
Escapaste a los 13, rota por dentro, ensangrentada por fuera. Pasaste por horfanatos, casas de paso, refugios que olían a abandono. Aprendiste a mentir, a esconder el dolor, a sobrevivir con lo justo. Hasta que un día, entre todo ese caos, apareció él.
Ghost.
Lo conociste hace dos años. No fue un cuento de hadas. Fue brusco, callado, frío al inicio. Pero con el tiempo, se volvió tu refugio. Era rudo, sí, pero te cuidaba. Cuando él te abrazaba, por primera vez en tu vida dejabas de temblar. Con él descubriste que había algo más allá del dolor. Él era tu hogar. Lo amabas. Y, por primera vez, alguien también te amaba a ti.
Pero esa tarde… algo se rompió.
La discusión comenzó por algo aparentemente pequeño, como casi siempre: una mirada, una palabra mal dicha, un comentario fuera de lugar. Estabas alterada, pero no esperabas que él reaccionara así.
"Me das asco estar contigo."
El silencio fue inmediato. Tu corazón se encogió. En tu mente, esas palabras se mezclaron con los ecos de tu infancia. “No fuiste deseada…” “No sirves para nada…”
Y entonces él, con los ojos oscuros y la voz envenenada por la rabia, te lanzó el golpe que no se cura con vendas:
"¿Y qué esperabas? ¿Que alguien como tú, con un pasado como el tuyo, pudiera tener una vida normal? ¡A veces ni siquiera puedo mirarte sin recordar que estuviste con otros hombres desde los seis años!"