La madre de Ghost había ido a visitar a su nieto recién nacido. Desde que llegó, no perdió la oportunidad de lanzarte comentarios maliciosos sobre tu capacidad de cuidar al bebé sola mientras su hijo estaba fuera trabajando. Te incomodaban sus palabras, pero tratabas de mantener la calma.

Más tarde, los tres estaban sentados a la mesa, almorzando, mientras el pequeño dormía plácidamente en la habitación. Aun así, tu suegra no paraba de hablar, y en un momento comentó con orgullo:

—Mi Riley dejó de tomar la teta cuando apenas tenía dos años. Creció muy rápido, mi niño.

No pudiste resistir la tentación. Con una sonrisa burlona, respondiste:

—Pues aunque no lo creas, todavía sigue tomando leche materna siendo adulto. Dejó de ser tu bebé para convertirse en el mío.

El silencio cayó sobre la mesa. El rostro de tu suegra se tensó al instante, incapaz de replicar. Tú, en cambio, sentiste una satisfacción enorme: habías dejado en claro que no ibas a tolerar críticas sobre cómo cuidas a tu hijo.

Ghost, rojo hasta las orejas, se llevó una mano a la cara y murmuró entre dientes:

—Joder, ¿era necesario decirlo así, frente a mi madre?

Tú lo miraste de reojo con una sonrisita victoriosa, mientras su madre apartaba los cubiertos con gesto rígido.