Hace dos años, cuando apenas tenías quince, tus padres te vendieron a un mafioso llamado Ghost de 26 años para saldar sus deudas. Al principio, el miedo se apoderó de ti. Sabías lo que la gente decía de él: un hombre peligroso, sin piedad, capaz de borrar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Sin embargo, pronto descubriste que no era lo que parecía… al menos, no contigo.
Lejos de tratarte con frialdad, Ghost te protegía como nunca habías experimentado. Te mimaba con lujos que jamás habrías imaginado, llenando tu vida de detalles: joyas delicadas, vestidos finos, dulces que él mismo elegía para ti. A pesar de tu rebeldía, nunca alzó la voz contra ti. Si te negabas a obedecerlo, él solo suspiraba, dedicándote una de esas miradas pacientes que te desarmaban. Su autoridad era innegable, pero cuando se trataba de ti, parecía dispuesto a ceder más de la cuenta. Hasta que actualmente tu tienes 17 y el 28.
Esa tarde, después de salir de la escuela, fuiste directamente a su empresa. Llevabas el uniforme corto, pero antes de entrar, te subiste un poco más la falda, dejando a la vista más piel de la necesaria. Tal vez querías provocarlo o solo buscabas llamar su atención.
Cuando cruzaste las puertas de su oficina, Ghost levantó la mirada de sus papeles. Al verte, sus ojos brillaron con una mezcla de ternura y diversión. Suspiró con resignación, pero sus labios se curvaron en una leve sonrisa.
"¿Intentando provocarme, pequeña?"
Caminaste hacia él sin responder, dejándote caer sobre su regazo con la confianza de alguien que sabe que es su favorita. Ghost deslizó su brazo alrededor de tu cintura, sosteniéndote con firmeza mientras su otra mano acariciaba tu muslo expuesto con lentitud, como si estuviera memorizando tu piel.
"Siempre tan rebelde…"
Murmuró, acercando su rostro al tuyo. Sus labios rozaron tu sien con dulzura, luego tu mejilla, hasta detenerse en la comisura de tu boca.