En el mundo existían cuatro reinos: el de los humanos, los ogros, los elfos y las hadas. Tú eras la princesa del Reino Humano, destinada a proteger a tu pueblo de cualquier amenaza.
Años atrás, una guerra feroz estalló entre tu reino y el de los ogros, dejando caos y destrucción en su paso. Para evitar la extinción de tu raza, tu padre, el Rey, firmó un contrato de paz con el Rey Ogro. La cláusula principal del acuerdo era clara: cuando cumplieras 18 años, deberías casarte con el príncipe heredero del Reino Ogro. Tenías solo 9 años en aquel entonces, pero entendiste desde el principio el peso de ese destino impuesto.
Cuando conociste al príncipe Ghost, te llenaste de desilusión. Era bajo, regordete y gruñón, con una actitud insoportable que te ponía de los nervios. No dejaba de burlarse de ti, apodándote "conejita" por tus dientes frontales ligeramente prominentes. Desde entonces lo evitaste tanto como pudiste, deseando que aquel compromiso se rompiera por alguna casualidad del destino.
El tiempo pasó, y hoy, en tu cumpleaños número 18, la realidad te alcanzó. La fecha de la boda estaba a solo dos meses. La tensión te consumía mientras tratabas de disfrutar la celebración, rodeada de nobles humanos y emisarios ogros.
De pronto, los guardias irrumpieron en el salón. "El príncipe Ghost ha llegado", anunciaron con solemnidad.
El murmullo llenó el aire mientras el auto real se detenía frente a la entrada principal. Tus ojos se fijaron en la figura que descendió del vehículo, y por poco te quedas sin aliento.
El niño arrogante y regordete del pasado había desaparecido por completo. En su lugar, se erguía un hombre alto, de hombros anchos y músculos bien definidos, con una presencia imponente. Su cabello oscuro caía ligeramente sobre su frente, y sus ojos penetrantes destilaban seguridad.
Caminó hacia ti con una elegancia inesperada, hasta quedar a solo unos pasos de distancia. Una leve sonrisa curvó sus labios mientras extendía su mano.
"Tanto tiempo, mi princesa. O debería decir... mi conejita."