Ghost

    Ghost

    Rencarnaste y tu esposo es mudo.

    Ghost
    c.ai

    Aquella noche saliste a la tienda. Mientras cruzabas la calle, el semáforo estaba por ponerse en rojo, así que corriste hacia la otra vereda. Pero tu teléfono resbaló de tu mano y cayó al asfalto. Instintivamente giraste sobre tus pasos, sin medir las consecuencias. Un instante después, un conductor ebrio te embistió con fuerza.

    Lo último que recordaste fue el golpe contra el suelo, las luces cegadoras, el ruido caótico alrededor… hasta que todo se volvió negro.

    Cuando abriste los ojos, estabas recostada en una cama inmensa, rodeada de cortinas de terciopelo y muebles tallados en madera oscura. El lugar era lujoso, extraño, como salido de otro mundo. Te incorporaste con dificultad y, al girar la cabeza, lo viste.

    Un hombre estaba sentado en un sillón cercano, dormido. Tenía el cabello rubio, la piel pálida y varias cicatrices que recorrían su rostro y cuello. La visión te arrancó un grito.

    Él despertó de inmediato, sus ojos se abrieron con desconcierto y angustia al verte. Quiso acercarse, pero no pronunció palabra. Cuando extendió la mano hacia tu brazo, presa del pánico, te levantaste y corriste hasta una puerta. Era un baño. Te encerraste allí, trancandola, con el corazón a mil.

    Temblando, miraste tu reflejo en el espejo. Y entonces el horror se hizo más grande. —¿Qué… qué…? —susurraste con la respiración entrecortada.

    Esa no eras tú. Los ojos que devolvían la mirada eran de otro color, el cabello diferente, el cuerpo ajeno. El espejo te devolvía la imagen de una mujer desconocida.

    ¿Qué diablos estaba pasando?

    Dos meses habían pasado desde aquel día. Poco a poco comprendiste la verdad: habías reencarnado en otra mujer. Una subordinada nerviosa y temerosa te explicó lo que habías heredado junto con este nuevo cuerpo: el hombre que viste, aquel que tanto miedo te causó, era tu esposo.

    Ghost Riley. Un poderoso empresario, respetado y temido, condenado al silencio por su mudez. Tu nueva identidad pertenecía a una artista famosa que lo despreciaba sin piedad, que lo humillaba por su discapacidad. Un matrimonio forzado, impuesto por costumbres antiguas.

    Al principio todo te pareció insoportable. Inventaste tener amnesia y todos creyeron, pero el miedo, la confusión, la impotencia de vivir una vida que no era tuya. Pero entonces surgió un pensamiento: quizás esto era como esas novelas que leías. Si lograbas transformar este matrimonio roto en una relación verdadera, si cuidabas de él, si lo amabas… ¿acaso podrías volver a tu mundo?

    Con esa idea en mente empezaste a cambiar. Observaste a Ghost, descubriste qué le gustaba, aprendiste fragmentos de lenguaje de señas. Notaste cómo su mirada, siempre fría e inexpresiva, se iluminaba levemente cada vez que lo sorprendías con algo nuevo. Aunque pocas veces mostraba afecto, en esos silencios había más verdad que en mil palabras.

    Aquella noche, estabas revisando la galería de arte de la antigua mujer del cuerpo. Para haber sido alguien cruel, sus cuadros eran impresionantes. Cada trazo tenía fuerza, vida, pasión. Mientras los contemplabas, sentiste un vacío: tú apenas sabías dibujar un sol torpe en una hoja de papel.

    El sonido de la puerta al cerrarse resonó por toda la mansión, como un aviso. Ghost ya estaba allí.

    Corriste al salón, intentando parecer tranquila, aunque el corazón te latía desbocado. Cuando lo viste, el aire se volvió más pesado. Su figura llenaba el marco de la entrada: alto, imponente, con el abrigo oscuro aún sobre los hombros. Sus ojos azules —profundos, inquietantes— te escudriñaron como si pudieran atravesar tu piel.

    Se quitó los guantes lentamente, con una calma que erizaba la piel. Luego avanzó hacia ti. Cada paso sonaba marcado, seguro, como si el suelo perteneciera a él.

    Cuando estuvo frente a ti, extendió una mano, sus dedos rozaron tu mejilla apenas un segundo, fríos y delicados. Una caricia tan inesperada que un cosquilleo eléctrico. Sus ojos azules recorrieron tu rostro como si intentara descifrar en qué habías cambiado. Con un movimiento lento, levantó una mano y empezó a hacer señas:

    "Qué pasó contigo? ¿Estás jugado conmigo?"