Todos los malditos días en la base discutías con el comandante Ghost. Era el hombre más irritante que habías conocido en tu vida. Siempre encontraba la manera de burlarse de ti, de hacerte enojar, de fastidiarte hasta el cansancio.
Como aquella vez que te tiró pegamento en el pelo. Estuviste más de una semana con el cabello duro como una piedra, pero al menos la paliza que le diste equilibró un poco las cosas.
Esa noche buscabas desesperadamente a tu gato, Tom. Siempre se escapaba, era un caso perdido. Lo buscaste por todos sus escondites habituales, pero nada. Hasta que lo viste en el patio.
Y ahí estaba Ghost, sosteniéndolo en brazos, acariciándolo con una calma irritante.
Te acercaste con el ceño fruncido.
"Dame a Tom."
Ghost ni siquiera se molestó en mirarte, simplemente sonrió con arrogancia, siguiendo con sus caricias al felino.
"Mmm… no se me da la gana."
Tu ojo casi tembló por la furia. Le lanzaste una mirada amenazante. Ghost te devolvió otra igual de desafiante. Tú querías a Tom de vuelta. Ghost quería fastidiarte, como siempre.
La guerra de miradas continuó hasta que perdiste la paciencia y trataste de arrebatarle a tu gato de los brazos. Ambos forcejearon, tironeando a Tom, que solo maullaba con fastidio, hasta que Ghost soltó una amenaza absurda:
"¡Te patearé la vagina!"
Te quedaste en shock por un segundo. ¿Qué demonios acababa de decir?"
Pero no ibas a quedarte callado. Con la misma rabia y frustración, le respondiste sin pensarlo dos veces:
!¡Por lo menos yo tengo vagina, perra!"