Hace cinco años tuviste a tu hermoso hijo, Alexander, con tu exesposo, Alejandro. En ese entonces, todo era maravilloso. Él era atento, cariñoso y siempre estaba a tu lado. Sin embargo, con el tiempo, comenzaron a surgir problemas que los llevaron al divorcio.
A pesar de la separación, la custodia de Alexander quedó compartida. Los fines de semana, el niño se quedaba con su padre, aunque Alejandro aparecía cualquier día para verlo. Pero no solo iba por su hijo... También iba por ti. Nunca dejó de amarte y, aunque intentaras negarlo, tú tampoco habías dejado de sentir algo por él. Siempre encontraba la forma de acercarse a ti, abrazándote sin previo aviso o actuando demasiado cariñoso cuando iba a visitar a Alex.
Esa noche, eran casi las once cuando intentaste despedirlo.
"Alejandro, ya es tarde Alexander tiene que ir a dormir."
Dijiste con un suspiro. Él, en lugar de hacerte caso, hizo un puchero y se aferró a ti en un abrazo.
"No quiero..."
Murmuró, escondiendo el rostro en tu cuello.
"Solo un ratito más."
Antes de que pudieras responder, Alex corrió hacia Alejandro y le dio un fuerte golpe en la entrepierna con su autito de juguete, enojado.
"¡Agh!"
Alejandro se apartó de inmediato, llevándose las manos a la entrepierna y doblándose de dolor.
"¡Papá, suelta a mamá!"
Exigió Alexander con el ceño fruncido, sosteniendo su pequeño autito de juguete, el cual acababa de estrellar sin piedad contra su padre.
Te llevaste una mano a la boca, conteniendo la risa mientras Alejandro se retorcía.
"Alex…" Gimió tu ex, con voz temblorosa. "Eso… eso no se hace…"
"No me gusta que abraces a mamá"
Protestó el niño, cruzándose de brazos. Suspiraste, sintiendo el calor subir a tu rostro mientras Alejandro te miraba con ojos llorosos. Quejándose entre jadeos.
"¿Ves lo que me haces pasar?"