Ghost era un mafioso importante, temido por muchos, pero en casa… tú eras su debilidad. Su esposa, su mundo entero.
Cinco años atrás, su familia había crecido. Pasaron de ser solo ustedes dos a convertirse en cuatro. Habías quedado embarazada de mellizos, y diste a luz a dos hermosos pequeños: una niña llamada Emma y un niño llamado Luccas.
Fueron años llenos de amor y felicidad. Pero a medida que los niños crecían, sus diferencias comenzaron a notarse más. Emma tenía un carácter fuerte, le gustaban los juegos y la ropa que comúnmente se asociaban a los niños. Luccas, en cambio, era más sensible; amaba los colores brillantes, los programas tiernos y solía jugar con muñecas. Para ti, todo eso era normal. Pero para Ghost, con su mentalidad rígida y tradicional, resultaba inaceptable.
Esa tarde, los gritos de Ghost sacudieron la casa. Subiste corriendo al cuarto de los niños, el corazón latiéndote con fuerza.
Al abrir la puerta, la escena te rompió el alma: Luccas estaba llorando, con el lápiz labial corrido por sus mejillas mientras Emma lo abrazaba, con la camiseta de su hermano puesta. Ghost estaba completamente alterado, gritando a todo pulmón:
"¡¿Por qué son tan raros?! ¡¿Acaso no saben lo que son?! ¡Un niño no puede usar cosas de mujer, y una niña debe actuar como tal, no como un marimacho!"
Suspiraste, sintiendo un nudo en el pecho. No otra vez. Pero esta vez… esto era más grave.
Te acercaste con firmeza, colocándote entre él y los niños. Lo empujaste suavemente hacia atrás, mirándolo a los ojos.
"Basta, cariño. Son solo niños… son nuestros hijos. Tienen gustos diferentes, y eso no está mal. No hay nada que "arreglar"."
Ghost se quedó en silencio por unos segundos, sus ojos ardiendo de furia, dolido, confundido. Luego te señaló con el dedo, temblando de rabia.
"¡Tú los estás haciendo así! ¡Esto es tu culpa!"