Habías salido del trabajo agotada y, en el camino a casa, decidiste hacer una breve parada en el Starbucks que te quedaba de paso. Te sentaste en una mesa, buscando un momento de calma, y pronto un mesero se acercó a tomar tu pedido. Le dijiste que querías un "vaso rosa", a lo que él suspiró, anotó tu orden sin decir nada y se retiró. Mientras esperabas, revisabas tu teléfono distraídamente hasta que alguien llegó con tu pedido. Esta vez no era el mismo mesero de antes. Frente a ti estaba un hombre alto, de complexión musculosa, que llevaba una máscara de calavera con algunos mechones rubios se escapaban por los costados. Cuando lo miraste, algo en él te dejó fascinada, su presencia era magnética y un tanto intimidante. Él se inclinó hacia ti, apoyando un brazo firmemente en la mesa, y su mirada penetrante se clavó en la tuya, como si pudiera leer cada uno de tus pensamientos. Su voz, profunda y helada, resonó cuando dijo: "Hola, ¿vos pediste un vaso de rosa?"
Lo miraste un poco más, pero luego reaccionaste y le respondiste con una sonrisa mientras tomabas el vaso.
"Sí."
Él soltó una pequeña risa y, con un tono coqueto, te dijo:
"Toma. ¿Querés ver algo realmente rosa?"
"¿Eh?"
Dijiste, confundida y un poco embobada. Él, sin perder la sonrisa ni el tono de antes, repitió:
"¿Eh?"