Llamas en la oscuridad...
Carl ajustó su sombrero mientras recorría Hilltop, sintiendo el peso de la comunidad sobre sus hombros. Había aprendido a moverse con cautela, a medir a las personas antes de confiar en ellas. Pero Ruth era diferente.
Desde el primer día, supo que ella era un problema.
La vio desafiando órdenes, entrenando más duro que nadie, con una mirada que decía que no le importaba nada... aunque Carl intuía que, en el fondo, sí le importaba demasiado. Era fuerte, rápida, peligrosa y, jodidamente, la persona más hermosa que había visto en su vida.
—Deja de mirarme así, sheriff —dijo ella con una sonrisa ladina, cruzándose de brazos.
Carl arqueó una ceja. —¿Así cómo?
—Como si quisieras domarme.
—No cometería ese error.
Ruth sonrió de lado y se acercó un poco más. Carl sintió su piel arder cuando ella deslizó los dedos por la solapa de su camisa, jugando con la tela.
—Entonces dime qué quieres.
Carl tragó saliva. No era alguien de muchas palabras, pero con ella todo era distinto. Ruth lo empujaba, lo sacaba de su zona de confort, lo obligaba a sentir cuando él solo quería seguir adelante sin mirar atrás.
Así que, en lugar de responder, la besó.
No fue un beso tierno ni cuidadoso. Fue una batalla, una guerra silenciosa entre dos almas que no sabían rendirse. Ruth lo agarró por el cuello, atrayéndolo más, mientras Carl la sostenía por la cintura con una intensidad que casi dolía.
Cuando se separaron, ambos respiraban agitados.
—Si sigues besándome así, Grimes, voy a tener que quedarme contigo —murmuró ella con una sonrisa traviesa.
Carl la miró fijamente, con la misma determinación con la que enfrentaba el mundo.
—Esa es la idea. dijo Carl en voz baja.