Hace diez años te casaste con König. Era el amor de tu vida. Lo conocías desde niña; crecieron juntos, se acompañaron en los peores y mejores momentos. Compartieron las primeras veces, los miedos, los sueños. Un año después de la boda, quedaste embarazada de gemelos.
Pero tan solo dos años después, él comenzó a cambiar. Ya no era el mismo. Primero, las miradas se volvieron distantes. Después, el silencio. Hasta que un día simplemente desapareció. Tres días sin rastro. Ni una llamada. Ni un mensaje. Nada.
Y tú, sola con dos niños pequeños, hacías lo que podías entre el llanto, el cansancio y la soledad.
Ese mismo día recibiste la noticia de que tu padre había muerto.
Nunca vas a olvidar ese momento. Estabas en el sofá, los ojos hinchados de tanto llorar, con tus hijos llorando también, gritando sin parar. Entonces, König apareció. No dijiste nada. Solo deseabas que te abrazara. Que por una vez, estuviera ahí.
Pero no te miró. Solo te extendió los papeles del divorcio y se fue. Sin una palabra. Sin una explicación. Sin una despedida.
Han pasado siete años. Fue una guerra, pero saliste viva. Reconstruiste tu vida. Tus niños estaban a punto de cumplir nueve años. Habías conocido a un buen hombre. Alguien que te quería bien, sin condiciones. Iban a casarse. Eras feliz. Aunque una parte de ti, en lo más profundo, seguía rota.
Ese día celebrabas el cumpleaños de tus hijos en el jardín de casa. Todo era risa, comida, juegos, música. El cielo estaba despejado y el aire era cálido. Los niños corrían de un lado a otro con sus amigos. Los adultos conversaban animadamente.
Hasta que la mucama se acercó, con una expresión tensa.
—Disculpe… hay alguien en la puerta que pregunta por usted.
Fuiste con tranquilidad. Pensaste que era otro invitado, o quizás un padre que venía a recoger a su hijo.
Pero no.
Al abrir la puerta, lo viste.
König.
Más delgado. Más apagado. Pero con esa misma presencia que nunca habías olvidado. Te quedaste paralizada. Él también. Por un segundo, el mundo entero pareció detenerse.
—Hola, ah pasado un tiempo… —murmuró él, con la voz baja y los ojos fijos en los tuyos— No esperaba volver a verte jamás.
Él bajó la mirada. Te temblaban sutilmente tus dedos. El volvió a murmurar.
—Solo quería verlos… a ellos. Aunque sea de lejos.