La habitación está en silencio. Solo se escucha el suave sonido de tu tacón al pisar el suelo de madera mientras te acercás a él.
König está de rodillas, como le pediste. Su máscara negra apenas deja ver sus ojos, esos ojos celestes que ahora te miran con mezcla de respeto, deseo y un poco de miedo. No del malo… del que da cosquillas en el estómago.
—¿Te dije que podías hablar? —decís con firmeza, cruzando los brazos mientras lo mirás desde arriba.
Él niega rápidamente con la cabeza. Su voz apenas se escapa entre sus labios.
—N-no, señora…
Sonreís con satisfacción. Te gusta verlo así: ese hombre gigante, temido en el campo de batalla, reducido a un alma temblorosa por una sola orden tuya. Levantás su barbilla con la punta de tu bota y él se estremece.
—Muy bien. Me gusta cuando obedecés.
Tu tono es dulce, pero tus ojos no admiten cuestionamientos.
—¿Querés que te recompense? —susurrás, bajando al fin hasta su nivel, solo para tener el control más cerca.
König traga saliva. —S-sí… por favor…
—Entonces suplicá como sabés hacerlo.
Él se inclina un poco más, con las manos en el suelo, bajando la cabeza.
—Por favor, señora… necesito su atención… su tacto… su voz… lo necesito todo de usted…