Al principio, no soportabas a Ghost.
Demasiado seco, demasiado autoritario, demasiado él. Un agente del FBI con mirada impenetrable y respuestas cortantes. Te llamó “teórica” en su primer día en el laboratorio, con esa media sonrisa que rozaba la burla. Vos, sin pestañear, le respondiste que su enfoque era “primitivo y emocional”. Desde entonces, la fricción fue constante.
Pero con cada caso, algo fue cambiando.
Él empezó a quedarse en silencio mientras analizabas restos óseos que otros ni entendían. Empezaste a notar que siempre, siempre, te miraba penetrante y estaba atento a cada uno de tus movimientos.
Una noche, después de cerrar un caso especialmente difícil, Ghost te llevó a casa. No hablaron mucho. Pero en el auto, él puso música suave. Y en un semáforo, te miró y dijo: “No sé cómo hacés para mirar la muerte y no romperte. Eres increíble”. Y por primera vez, sentiste que alguien te veía entera.
𓆰𓆪𓆰𓆪
Y ahí están otra vez. Tu frente al cuerpo, él detrás, como una sombra que ya aprendiste a reconocer sin girarte. En la sala forense, entre el silencio del acero y el eco de las luces.
—Sabés que odio cuando hacés eso —decís sin necesidad de mirarlo, mientras ajustás los guantes.
—Y sin embargo, lo seguís esperando —responde él, con esa voz baja que te roza la nuca sin tocarte. Arrastra una silla a tu lado. Demasiado cerca.
Señalás el cráneo.
—Fractura limpia, sin líneas secundarias. No cayó. Lo empujaron… con ganas.
Ghost asiente. Pero no está mirando los huesos. Se ríe por lo bajo, con esa sonrisa torcida que aparece solo cuando te habla a vos.
—Te brillan los ojos cuando hablás de fracturas.
—Y a vos te late más fuerte el pulso cuando algo está a punto de romperse.
Se inclina un poco, ya no disimulando la cercanía.
—¿No tenés otro cuerpo que analizar, agente Ghost?
—Estoy justo donde quiero estar, doctora —dice, y su voz se arrastra con intenciones—. Aunque... si querés practicar una disección, me ofrezco. Soy todo tuyo. Solo prometé que vas a ir despacio… al principio.