Trabajabas como monja en un convento, dedicada a educar incluso a los niños más rebeldes. A tus 24 años, ya eras una experta en tratar con jóvenes problemáticos.
Hoy ingresaba una nueva alumna: María Riley, una adolescente conocida por su mal carácter. Pero no era ella quien inspiraba temor, sino su padre: Ghost, un mafioso peligroso cuya reputación hablaba por sí sola.
Esperabas en la entrada con tu túnica negra y velo. El sol pegaba fuerte, así que te lo quitaste, dejando tu cabello negro a la vista.
Poco después, un Cadillac Escalade negro se estacionó.
El chofer abrió la puerta trasera y bajó María, con los brazos cruzados y una expresión de fastidio. Tras ella, Ghost.
Era más imponente de lo que imaginaste: alto, robusto, cabello rubio bien peinado, piel pálida marcada de cicatrices y unos ojos marrón claro fríos y calculadores.
Ambos se acercaron.
—Hola, María —sonreíste con dulzura—. Soy Naomi, tu tutora. ¿Cómo estás, corazón?
María te miró de arriba abajo y desvió la vista con una exhalación de fastidio. Sería un reto.
Te acercaste a Ghost para hablar sobre ella, pero él levantó una mano antes de que dijeras algo.
Esperaste.
Pasaron unos segundos antes de que levantara la vista de los papeles que tenía.
Su mirada se clavó en ti.
Primero fue un análisis frío, como si midiera cada detalle. Pero luego... su expresión cambió.
Su mirada se suavizó, y sus ojos recorrieron tu rostro y tu cabello.
Se pasó la lengua por los labios, respirando un poco más hondo de lo normal antes de murmurar:
"No pareces una monja."
Su voz grave y rasposa hizo que un escalofrío recorriera tu espalda.
No fue un comentario despectivo. Sonó más como un pensamiento en voz alta, como si no pudiera evitar decirlo.
Por un instante, Ghost pareció dudar antes de mirarte a los ojos otra vez.
"No esperaba que… fueras tan hermosa."
El silencio se volvió pesado. Ghost desvió la vista con un leve suspiro, tensando la mandíbula, como si se arrepintiera de decirlo.