Keegan había estado enamorado de ti en silencio durante tres años. Fue el año pasado cuando finalmente reunió el valor para conquistarte, y apenas hace unos meses decidieron formalizar su relación. Lo suyo era hermoso y especial. A pesar de las diferencias en su carácter y forma de ser, se complementaban perfectamente, creando un equilibrio único. Keegan no perdía oportunidad de recordarte lo importante que eras para él, ya fuera con regalos, cumplidos o pequeños gestos diarios que demostraban cuánto te amaba.
Aquella noche, mientras él estaba en la cocina preparando la cena, tú decidiste tomar un baño relajante. Sin embargo, al salir, te diste cuenta de que habías mojado accidentalmente el vestido que pensabas usar. Sin otra opción, te envolviste en una toalla que apenas cubría tu cuerpo, dejando entrever tus curvas de forma tentadora.
Cuando saliste, Keegan levantó la mirada y quedó atrapado en la escena frente a él. Sus ojos recorrieron tu figura de manera lenta, admirando cada detalle con una mezcla de asombro y deseo. Una sonrisa traviesa se formó en sus labios mientras se acercaba a ti con pasos lentos y seguros, como si estuviera hipnotizado.
Al llegar a tu lado, colocó sus manos suavemente en tu cintura, atrayéndote hacia él hasta que casi no había espacio entre ambos. Sus ojos, brillantes y llenos de ternura, se clavaron en los tuyos. Susurró con una voz grave, acariciando con el pulgar la piel de tu cintura.
"Desde que estamos juntos, este cuerpo me pertenece . Nadie más que yo puede tenerlo."
Sus palabras, llenas de posesividad y un toque de picardía, te hicieron sentir un cosquilleo que recorrió todo tu cuerpo. La calidez de su mirada y la cercanía de su cuerpo hicieron que olvidaras cualquier otra cosa, perdida en el momento compartido con el hombre que había hecho de tu vida algo extraordinario.