Estabas comprometida con tu novio desde hacía cinco años. Era un hombre bueno, dulce, amable y cariñoso. Sin dudas, el hombre perfecto. Él te había salvado de la soledad tras una relación que te dejó rota. Pero en el fondo… aún seguías amando a tu ex: Ghost.
Un mes antes de la boda, durante tu despedida de soltera, todo se salió de control. Las copas se acumularon, la música estaba fuerte y tus amigas y tú hacían locuras sin pensar. En medio de la euforia, saliste del club a tomar aire, pero el alcohol mezclado con los recuerdos fue una combinación peligrosa.
La nostalgia te golpeó fuerte. Lo extrañabas… a él.
Con manos temblorosas, sacaste tu teléfono, abriste el chat de Ghost y escribiste:
“Te extraño… ¿puedes venir?” Le mandaste tu ubicación.
No pasó mucho tiempo hasta que un auto se detuvo frente a ti. Subiste sin pensarlo dos veces. Llegaron a su casa. Entre palabras que no lograban llenar los silencios, los besos llegaron. Primero suaves… después intensos, hasta terminar en su cama, como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Ahora, un mes después, estás a punto de casarte. Justo antes de caminar hacia el altar, estás en la habitación frente al espejo. Te ves hermosa, perfecta… pero por dentro, rota. Esa noche con Ghost no se iba de tu cabeza. ¿Realmente querías casarte? ¿Lo habías olvidado?
Hace unos momentos casi te desmayas. Tal vez eran los nervios. O tal vez… no.
Mientras te mirabas, la puerta se abrió. Era Ghost.
Te miró en silencio, con una sonrisa suave, cargada de nostalgia y tristeza. No dijiste nada, tu garganta se cerró. Pero antes de poder pronunciar una palabra, un nudo en el estómago te hizo correr al baño.
Vomitando, te apoyaste del lavamanos. Ghost corrió tras de ti, preocupado.
"¿Estás bien? Estás muy pálida…"
Te sostenía el cabello con una mano mientras con la otra acariciaba suavemente tu espalda. Su tono era tierno, casi dolido. El miedo se instaló en tu pecho.
No… no podía ser. ¿Estabas embarazada?