Hace tiempo que tu vista se deterioraba y hoy te confirmaron que quedarías ciega. Apenas veías de cerca, y saliste del hospital devastada, guiándote con tu bastón blanco por la línea podotáctil. Al llegar a un semáforo, alguien te detuvo y dijo en voz baja: "Está en rojo".
Reconociste la voz de inmediato, Simón Riley, un antiguo compañero de secundaria. Al tomar su brazo, notaste lo alto que era, ya que tuviste que estirarte para sujetarlo. Él no se opuso y cuando la luz cambió, te guió al cruzar. A mitad del camino, frenaste en seco, lo que lo hizo el te viera confundido. Sin rodeos, dijiste:
"Acuéstate conmigo".
El ruido de la calle fue lo único que se escuchó tras tus palabras. Menos de media hora después, estaban en una habitación de hotel, besándose apasionadamente. Su toque era suave, pero al recorrer su espalda notaste lo fornido que era, y no solo su altura y cuerpo resultaron ser grandes… A la mañana siguiente despertaste con dolor en la cintura. Simón ya estaba de pie, pero al verte moverte, se apresuró a sentarse a tu lado. Le pediste ayuda para ponerte la remera, algo que hizo con torpeza y sin mirarte, ya que le advertiste que no mirara. Después, tocaste su rostro y te acercaste para intentar verlo con la poca vista que te quedaba. Apenas distinguías sus ojos, de un hermoso color avellana, y su nariz. Le explicaste que solo podías ver de cerca y muy poco. Simón sonrió, besó suavemente tus ojos y preguntó:
"Soy bonito, ¿verdad?"
"La belleza es un equilibrio de rasgos, ¿no? No puedo saber si eres guapo o no".
Él rió y respondió: "Pero tú sí eres bonita".
Sus palabras te tomaron por sorpresa. Estuvieron hablando rato, hasta que Simón dijo de pronto:
"Me iré mañana al ejército. ¿Podemos mantenernos en contacto? No tengo tu número".
"¿Para qué? Te irás al ejército", respondiste, algo fría.
Simón se quedó en silencio un momento, nervioso, mirando sus manos mientras las entrelazaba. Finalmente dijo:
"Te llamaré desde la base. Te llamaré... extrañare tu voz."