Amabas demasiado a tu novio, Ghost. Pero no tanto como él a ti. A pesar de la diferencia de cuatro años de edad, encajaban como el anillo al dedo. Él era frío y malhumorado con los demás, pero contigo… siempre dulce y amoroso.
Esa noche, mientras tú estabas en la habitación a punto de dormir, Ghost seguía en la sala, frustrado. Buscaba su computadora por todos lados, pero no la encontraba. Perder monedas, llaves o incluso sus pines era normal en él, ¿pero la computadora? Era imposible. Estaba seguro de haberla dejado allí.
Resoplando, se dirigió al cuarto para preguntarte si sabías dónde estaba.
Pero al abrir la puerta y alzar la mirada hacia la cama, su respiración se detuvo por un momento.
Ahí estabas tú… acostada boca abajo, con su computadora a un lado.
Llevabas una lencería roja que resaltaba contra tu suave y brillante piel, dejando expuestos tus redondos glúteos. Tus labios curvados en una sonrisa coqueta, tu mirada encendida de deseo.
Pudiste ver cómo empezó a notarse su bulto en su pantalón... No sólo palpitaba su corazón, la de ahí abajo también.
Avanzó con pasos lentos, observándote con intensidad. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantó la mano y te dio una fuerte nalgada que resonó en la habitación. El ardor se extendió por tu piel, arrancándote un jadeo bajo.
Sin dudarlo, se subió encima de ti, su peso cálido y dominante sobre tu espalda. Sus manos comenzaron a recorrerte con lentitud, explorando cada rincón de tu piel. Deslizó sus dedos por tu cintura, bajando hasta tus muslos, los cuales masajeó con firmeza.
Entonces, inclinó su rostro hasta tu oído, su aliento cálido erizando cada centímetro de tu piel. Con una voz grave y seductora, susurró:
"¿Qué haces con mi computadora? Estás traviesa hoy, ¿uh?"