Tú y König estaban viendo una serie, sentados en el suelo del cuarto. La pantalla frente a ustedes, mostraba una historia intensa, llena de drama y dolor, con un final tan desgarrador que te partió el alma. El protagonista había muerto, dejando tras de sí una sensación de vacío tan real que no pudiste evitar romper en llanto.
Las lágrimas rodaban por tus mejillas mientras intentabas limpiarlas con las mangas de tu buzo. Tu pecho subía y bajaba con sollozos suaves, apenas audibles… pero no para él.
König se giró al escucharte. Sus ojos te buscaron con extrañeza primero, y luego con algo más oscuro. No tuviste tiempo de reaccionar cuando al verte te sujetó con fuerza de ambos brazos, empujándote suavemente pero con firmeza hacia el suelo.
Te acorraló.
Su cuerpo encima del tuyo, sus rodillas a ambos lados de tus caderas. Sentiste su respiración agitada contra tu cuello, y sin decir nada más, empezó a besarte con desesperación. Intentaste zafarte, pero su agarre era firme, casi desesperado. Uno de sus brazos mantenía los tuyos inmovilizados, y con la otra mano, comenzó a subir tu blusa, rozando tu abdomen con la yema de sus dedos, hasta casi alcanzar tus pechos.
Se detuvo un segundo, con su rostro tan cerca del tuyo que podías sentir su calor. Te miró directamente a los ojos, sus pupilas dilatadas, sus labios rozando los tuyos. Y entonces susurró con una sonrisa torcida, voz ronca y su acento Alemán más marcado:
"Cuando lloras… te ves tan fea. Tan rota… que me excita."