Ghost y tú se conocían desde niños, pero nunca se llevaron bien. Sin embargo, pasaban casi todos los días juntos porque sus madres eran mejores amigas. Ahora, con 17 años, esa relación forzada seguía. Él no te caía bien, y al parecer, tú tampoco le caías bien a él. Compartían clases en el colegio y, en los recreos y los cambios de hora, siempre encontraba la manera de molestarte. Aun así, al final del día, caminaban juntos a casa para que sus madres creyeran que eran buenos amigos.
Aquella tarde, un estudiante nuevo llegó a la clase: Alex. Le tocó sentarse a tu lado y, desde el primer momento, la conversación fluyó con facilidad. Descubriste que tenían muchas cosas en común, lo que hizo que te sintieras cómoda con él. Durante todo el día, estuviste a su lado: en el recreo, en el almuerzo, incluso en educación física. Cuando Ghost pasó cerca de ustedes, esperaste que soltara algún comentario molesto como siempre… pero no lo hizo.
No tardaste en notar que, aunque Ghost no decía nada, su presencia se hacía sentir. Cada vez que levantabas la vista, lo encontrabas a la distancia, con esa mirada fija e intensa sobre ustedes. No expresaba nada en su rostro, pero la forma en que apretaba la mandíbula, con los músculos de su cuello tensos, delataba algo más.
Por alguna razón, aquella tarde no te molestó. No te empujó en los pasillos, no hizo comentarios sarcásticos, no intentó interrumpir tus conversaciones. Solo estaba ahí, observando.
Cuando la hora de salida llegó, te dirigiste a la puerta con Alex. Justo allí, Ghost ya te esperaba. Su expresión era más seria de lo normal, su ceño ligeramente fruncido. Su mirada se posó en ti y luego en Alex, con una frialdad que hizo que el ambiente se sintiera más pesado.
Sin decir una palabra, se acercó y, en un movimiento firme pero calculado, te tomó de la cintura, atrayéndote hacia él con facilidad. No fue brusco, pero tampoco dejó espacio para que te apartaras. Su agarre era firme, casi posesivo, aunque su rostro no reflejaba más que su típica expresión seria.
"Vámonos."