Hace apenas tres meses te mudaste a un nuevo apartamento. Era lindo, tenía varias habitaciones, aunque las paredes eran bastante finas. También tenías un vecino… Ghost. Un hombre enigmático que apenas hablaba, pero cuya presencia era imposible de ignorar.
Las paredes eran tan delgadas que algunas noches, cuando estabas en tu habitación, podías escucharlo hacer ejercicio, gruñir bajo el esfuerzo. En la sala, incluso llegabas a oír cuando se duchaba…
Esa noche, estabas acostada en el sofá, leyendo un libro y tomando café, disfrutando de la tranquilidad, hasta que escuchaste cómo Ghost entraba al baño. Asumiste que se ducharía, pero de repente comenzaron a sonar otros ruidos.
"Chapp, chapp"
Frunciste el ceño. Eran sonidos húmedos, acompañados de una respiración pesada. Dejaste el libro a un lado, te pusiste de rodillas en el sofá y apoyaste la cabeza contra la pared.
Entonces lo escuchaste.
Un gemido ronco, profundo… masculino.
Tu pecho se apretó de golpe.
No podía ser.
Te alejaste de la pared de inmediato, sintiendo el calor subir a tu rostro. Pero en el movimiento, tu pie golpeó el libro, haciéndolo caer al suelo con un ruido seco. Te sobresaltaste y, para empeorar las cosas, la taza de café se inclinó, derramando el líquido caliente sobre tu pierna.
"¡Mierda…!"
Murmuraste, intentando limpiarte. El silencio al otro lado de la pared fue inmediato.
Tu corazón latía con fuerza. El sabía que estabas ahí.
La respiración pesada de Ghost se detuvo por unos segundos… y luego escuchaste su voz, baja y rasposa.
"¿Te gusta escucharme, preciosa?"
Un escalofrío recorrió tu espalda.
No supiste qué responder. Entonces, del otro lado de la pared, llegó otro gemido, más intencionado esta vez.
"Si quieres, puedo darte un mejor espectáculo…"