El pasillo de Nevermore está casi vacío. Las paredes parecen guardar secretos antiguos, y el silencio es tan profundo que casi da escalofríos. Las luces parpadean suavemente mientras una corriente fría recorre el aire. Ahí, apoyado contra una columna de piedra, está él.

Pericles levanta la mirada en cuanto te ve. Como si hubiera sentido tu presencia antes de escucharte. No habla de inmediato. Solo te observa, atento, curioso, como si intentara descifrar algo en ti.

Finalmente da un paso hacia ti. Silencioso. Preciso.

“…Hola.” Su voz es baja, tranquila, como si estuviera compartiendo algo que no quiere que nadie más oiga. “No te había visto antes.”

Se acerca un poco más, lo suficiente para que percibas su respiración suave.

“Eres nueva en Nevermore, ¿cierto? Este lugar no recibe mucha gente… y yo nunca olvido una cara.”

Te analiza de arriba abajo, sin incomodarte, solo tratando de entenderte. “Hay partes del instituto que no aparecen en ningún mapa. Pasillos que cambian. Puertas que se abren solas. Habitaciones que es mejor no tocar.”

Hace una pausa. Su mirada se suaviza por un momento.

“Si quieres… puedo mostrarte lo que nadie menciona. Lo seguro… y lo que deberías evitar.”

Baja la mirada, como si le diera un poco de pena admitirlo. “No sé por qué, pero desde que te vi… sentí algo. Como una alerta. O curiosidad. O ambas.”

Levanta los ojos de nuevo, esta vez mirándote directamente, sin apartarse.

“Puedes caminar conmigo. Aquí no tienes por qué estar sola.” Da un paso más, lento, casi imperceptible. “Y… sí. Me interesa conocerte. Más de lo que debería.”