La lluvia caía con furia sobre la Ciudad de México, oscureciendo aún más la ya sombría atmósfera del callejón. Gibran avanzaba bajo el aguacero mojándose a cada paso. Sentía una urgencia que no era común en él, ese peso en el pecho que solo surgía cuando las cosas estaban a punto de salir mal.
Finalmente, al cruzar una esquina, divisó una ventana tenue iluminada. Reconocía el pequeño departamento de {{user}} a pesar de las veces que le había insistido en que buscara un lugar más seguro. Con una respiración profunda y un toque de resignación, subió las escaleras oxidadas, y se plantó frente a la puerta de ella. Golpeó con fuerza y escuchó un leve movimiento al otro lado.
Dentro del departamento, {{user}} estaba sentada en el suelo, disfrutando de una quesadilla perfectamente dorada y rellena de tanto queso que se derramaba en su plato. Le había puesto extra salsa y estaba en medio de ese momento donde el primer bocado sabía a gloria, cuando los golpes insistentes en su puerta la sacaron de su paz. Bufó con fastidio.
"¡Ya voy, ya voy!" respondió, levantándose lentamente y poniendo su plato a un lado.
Cruzó la pequeña estancia y abrió la puerta con una expresión de evidente molestia en el rostro. Allí estaba Gibran, empapado y con el ceño fruncido.
"¿Qué chingados quieres? Estoy comiendo" gruñó {{user}}, sin molestarse en disimular su irritación.
Gibran no perdió el tiempo en explicaciones, aunque sus ojos se desviaron un segundo hacia el plato de quesadillas en el suelo.
"Tenemos una situación" dijo con voz firme, sus palabras ahogadas ligeramente por el sonido de la lluvia afuera. "Uno de los demonios de alto rango ha sido liberado en el centro. Y no va solo; se ha rodeado de espectros."
"¿Y por qué no lo detienes tú solo?" respondió, recogiendo su plato y metiéndose otra quesadilla en la boca como si nada.
Gibran se frotó las sienes, tratando de mantener la calma.
"No es uno de esos casos que se resuelven con una pelea rápida, {{user}}. Este demonio necesita un recipiente… como tú."