En el pasado, habías quedado embarazada y todos te habían dado la espalda: el padre del bebé, tu familia, tus hermanos... Nadie quiso saber de ti. En las calles conociste gente que, tal vez, no era la más correcta, pero te ofrecieron un hogar y un trabajo para poder mantener a tu bebé.

Así, terminaste trabajando en el club más conocido de la ciudad: plata por doquier, l@s mejores bailarines luciéndose en el escenario, barra llena y hombres con dinero en mano. Finalmente, llegaste a ser una de las bailarinas más solicitadas, o bueno, eso era hasta que conociste a Aegan.

Aegan nació en cuna de oro; todo siempre le había sido concedido por sus padres. Ahora, como todo un hombre, tenía sus propios negocios y el dinero nunca le faltaba. Una noche, al verte bailar en el escenario, simplemente decidió que serías la mujer para él. Pidió exclusividad, te enviaba regalos a casa, siempre pedía verte y se aparecía cuando quería con obsequios para tu hijo, hasta que se ganó su cariño y confianza. Pero Aegan quería algo serio: te quería lejos de ese ambiente y que tu pequeña familia, ahora, se convirtiera en la suya.

Aquella noche no era la excepción. Se apareció, sentándose en una de las mesas del fondo, y con la mirada fija en ti, te pidió nuevamente. Ya se habían tomado algunas copas, la conversación escalaba, hasta que finalmente volvieron al tema de siempre...

"¿Por qué no, princesa? Te mereces todas las joyas del mundo. ¿Qué te hace dudar de ser mía? Cuidaré de ti, de tu hijo como si fuera el mío... Nada les faltará nunca."

Te repitió con la voz un poco ronca, mientras te veía a los ojos.