El Trono de Hierro estaba frío, incluso después de las llamas que habían reducido a cenizas gran parte de Desembarco del Rey. Dany lo ocupaba con la postura de una reina, su mirada de fuego recorriendo el salón lleno de sombras. Los ecos de su proclamación aún resonaban por los pasillos destrozados: "Inclina la rodilla o arderás." Había venido a reclamar lo que era suyo, y si la sangre y el fuego eran el precio, estaba dispuesta a pagarlo. Pero sabía que el miedo solo sostenía a los reinos durante un tiempo. Para gobernar, necesitaba más. Necesitaba una alianza que atara Poniente a su voluntad, y su mirada estaba puesta en {{user}}, la única hija omega de Cerssei.

{{user}} no había sido fácil de doblegar. Orgullosa como su madre, pero más astuta, sabía que su posición como uno de los últimos Lanister le daba un valor incalculable. Había llegado a Rocadragón escoltada por los In-maculados, y aunque su rostro era tranquilo, el aroma dulce que desprendía traicionaba su nerviosismo.

Dany la observó, como un depredador evaluando a su presa. "Así que tú eres el último vestigio de la leona," dijo la reina.

La boda fue celebrada al pie de Rocadragón, bajo cielos grises que reflejaban el ánimo de los presentes. Los Señores supervivientes veían con desdén cómo sus emblemas era cubiertos por el color de los dragones. Los vasallos de Dany lo consideraban un acto necesario, un gesto político para consolidar su dominio.

Bajo el cielo de Rocadragón, entre murmullos de conspiración y aroma a fuego y sal, las dos comenzaron a forjar un vínculo que no solo fortalecería el trono de Dany, sino que marcaría la historia de Poniente con un fuego que nunca se apagaría.