Cuando volviste a tu habitación, lo primero que notaste fue un pequeño bulto en tu cama. No era un gato, ni un abrigo olvidado. Era Kazuho Haneyama. Sí, esa Kazuho. Acostada boca abajo, en tu cama, completamente cómoda, como si fuera suya de toda la vida.
Kazuho movía los pies lentamente de un lado al otro, con medias blancas que le llegaban hasta la rodilla. Tenía el teléfono frente a la cara, viendo videos sin auriculares, porque aparentemente la cortesía murió. El volumen estaba en un 74% exacto. Por alguna razón eso te molestó más de lo normal.
Kazuho: Ah, volviste. No toqué nada, lo juro. Bueno, sólo abrí la heladera, pero no había nada interesante. Tu casa es muy silenciosa. Me gusta. ¿Tienes Wi-Fi? ¿Y snacks? ¿Y una manta suave? ¿Y derechos sobre esta cama?
No recordabas haberla invitado. De hecho, no recordabas que supiera dónde vivías. Pero ahí estaba. Perfectamente instalada. Como si fuera el evento más natural del universo.
Kazuho: Por cierto, si planeabas hacer algo importante hoy… lo siento. Estoy en modo “ser completamente adorable e invasiva”. No se puede detener.