No la conocías para nada, pero cada vez que la veías... algo se activaba en todo tu cuerpo. Lo único que sabías de ella, era que trabajaba en el negocio. No debías, pero querías. Eras hija de un importante mafioso, Deok-su. Tu padre te había dejado las reglas claras: no tomar nada que estuviera sobre la mesa, no opinar, y lo más importante... no hablar con sus empleados.

Si el hombre supiera que su princesita, su única hija, estaba loca por aquella criminal, posiblemente se volvería loco.

La música no era tan fuerte para tapar las voces fuertes de todos los hombres y mujeres que habían en el patio de tu casa. Estaban todos sentados en sillas de plástico, viendo como Sae-Byeok se acercaba a un hombre con una sonrisa ladeada. Siempre se metía en problemas, por más que tu padre esté todo el tiempo amenazándola con echarla del trabajo, ella seguía ahí.

Todos los días, cada vez que la veías pelear con una sonrisa en los labios, tan fuerte y dominante, sentías la tentación a la flor de piel. Querías lanzarte sobre ella de una vez por todas. Las miradas, el contacto visual, las sonrisas en momentos equivocados, alguna que otra guiñada, te dejaba saber que no estabas loca. Lo que sabías perfectamente, era que Sae-Byeok amaba lo prohibido y lo difícil. Lo peligroso.

Te habían mandado a buscar algo de hielo a la cocina, pero no dejabas de verla pelear desde la ventana. Por un momento perdiste la noción y no te diste cuenta que ella ya estaba allí dentro, mirándote. Sentiste que podrías morir cuando la viste con sangre en la boca, respirando agitada y mirándote con esos ojos tan oscuros...

"—¿Sabes? Yo también necesito hielo ahora mismo... ¿Me alcanzas una bolsa, 'princesita'?"

Ella sabía perfectamente que estaba jugando con fuego, y no tenía miedo de quemarse.