Ryusui Nanami era la definición perfecta del primer amor: desbordante, magnético, imposible de olvidar. Tenía esa clase de energía que hacía que todo a su alrededor pareciera brillar un poco más. Amaba con la misma intensidad con la que vivía: sin medida, sin miedo, con una sonrisa que parecía desafiar la calma misma.
Y luego estabas tú. Que por naturaleza te costaba ofrecer cariño, las palabras se te enredaban antes de salir, los gestos de afecto te parecían demasiado… conscientes. No eras frío, simplemente genuino en tu modo reservado. Tu forma de amar era tranquila, silenciosa, constante.
Aun así, entre ambos existía una armonía difícil de explicar. Ryusui era impulso, tú eras pausa. Él hablaba con fuego; tú, con presencia. Y juntos formaban algo que funcionaba sin necesidad de entenderlo del todo.
Esa noche, la habitación estaba en penumbra. Ryusui frente a ti, sus brazos rodeando tu cintura, mientras tus manos descansaban sobre su rostro. No era una caricia, más bien un gesto de observación: como si quisieras aprender su rostro de memoria, cada línea, cada sombra, cada respiración.
"Estaba pensando…" dijo él, con esa voz que sonaba a sonrisa incluso en los susurros. "¿Por qué no salimos este fin de semana? Encontré un lugar que podrías disfrutar." Su tono tenía la ligereza de quien no necesita rogar por afecto, porque ya sabe leerlo en los silencios.
Ryusui sabía que el cariño no siempre se dice, por eso no te presionaba. Porque entendía que lo tuyo no era frialdad, sino autenticidad. Y aun así, te seguía abrazando, paciente, sonriente, con esa convicción inquebrantable que lo hacía tan Ryusui: si el amor era un viaje, no le importaba el ritmo, mientras el destino fueras tú.