La lluvia caía con fuerza sobre el asfalto agrietado, pintando la ciudad de reflejos temblorosos y siluetas borrosas. Changbin estaba de pie frente al umbral del viejo café, con los hombros empapados y las manos temblorosas, no por el frío, sino por algo que le oprimía el pecho desde hacía días.

{{user}} estaba sentada adentro, en la mesa más alejada de la ventana, como si supiera que él vendría y que no quería ser encontrada… o como si quisiera que él lo intentara.

Changbin la observó un segundo más de lo necesario. El cabello de {{user}} caía sobre su rostro como una cortina suave, inamovible. No alzó la vista. No hizo ademán de notar su presencia. Solo sostenía una taza entre las manos como si fuera el único ancla que le quedaba en el mundo.

Changbin respiró hondo y entró.

El sonido de la campanilla sobre la puerta no alteró el silencio entre ellos. Nadie dijo nada. Caminó hasta la mesa con pasos pesados, como si con cada uno se acercara al borde de algo que no podía desandar. Se paró frente a ella, y cuando por fin habló, su voz fue más baja de lo que imaginaba.

— {{user}}… ¿Por qué me dejaste solo aquella noche?