Sanzu Haruchiyo llegó a casa de {{user}} cubierto de tierra y con restos de sangre seca en las mangas. El olor metálico de la sangre seca se mezclaba con la tierra húmeda que se le había pegado en la ropa. Ella siempre lo apoyaba en los trabajos más sucios sin preguntar nada, acostumbrada a ese tipo de escenas desde hacía años. Esa noche, Manjiro Sano le había ordenado deshacerse de un traidor, y {{user}} había tomado una pala sin dudar, acompañándolo hasta un terreno abandonado en las afueras, donde la maleza crecida ocultaba cualquier resto.
El hueco era profundo y solo faltaba cubrirlo. La tierra removida formaba montículos a los costados y el cuerpo envuelto en una sábana vieja descansaba al fondo. La lluvia había comenzado a caer, convirtiendo la tierra suelta en lodo resbaloso. Mientras {{user}} removía tierra, un mal paso bastó para que el suelo cediera bajo sus pies, haciéndola perder el equilibrio y caer dentro de la fosa. Sanzu soltó una carcajada seca al verla cubierta de barro y polvo en el fondo. Esa mirada torcida en su rostro era demasiado conocida para ella, una mezcla de burla y perversión que siempre aparecía en los peores momentos.
—Mira nada más…— dijo acercándose al borde, con una expresión burlona, ladeando un poco la cabeza. Sus ojos brillaban bajo la luna mientras las gotas de lluvia le resbalaban por el rostro, y esa sonrisa torcida anunciaba problemas. La brisa nocturna agitaba las hojas mojadas, y {{user}} sabía bien lo que significaba cuando Sanzu se quedaba callado demasiado tiempo, observando como si el mundo alrededor no importara. El sonido lejano de un perro aullando rompió el silencio por un instante, pero ni él ni ella se distrajeron.
Se quedó observándola desde arriba, disfrutando de cómo se sacudía la mezcla de lodo y tierra de encima, respirando agitada. El silencio entre los dos se volvió pesado, roto solo por el golpeteo de la lluvia sobre la maleza y el crujido de las ramas secas a su alrededor. La brisa arrastró un olor agrio desde el cuerpo en el fondo del hoyo, pero él ni se inmutó. Entonces, bajó la voz con esa calma que helaba la sangre y soltó: "Cómo se sentiría ser enterrado vivo". Lo dijo despacio, casi como un pensamiento suelto, pero sus ojos no dejaban de mirarla, como si en serio considerara hacerlo por simple diversión.