Los dedos de Rindou se deslizaban perezosos por la espalda de {{user}}, mientras la madrugada se filtraba tímida por las cortinas. La habitación aún cargaba el aroma del licor, el humo y la piel agitada. La noche había sido suya, marcada por jadeos y miradas cómplices que se confundían entre las sábanas arrugadas. Ninguno había medido las consecuencias, envueltos en un deseo que desbordaba cualquier advertencia.
Durante los días siguientes, {{user}} comenzó a notarse distinta. Mareos repentinos, un cansancio inusual y un malestar que no conseguía explicar. Rindou, fiel a su carácter, lo tomó con desdén al principio, creyendo que se trataba de alguna tontería pasajera. Sin embargo, tras insistencias, accedió a que acudiera a un médico discreto, alguien que no hiciera preguntas ni dejara rastros.
La noticia cayó como un disparo en medio del silencio. El doctor, con el ceño fruncido y el tono seco, les confirmó lo impensado: {{user}} estaba embarazada… de trillizos. La sorpresa en el rostro de Rindou fue absoluta, aunque tras el impacto inicial, una sonrisa torcida se dibujó en su rostro. Había una mezcla de incredulidad y orgullo en su mirada, como si la idea de traer tres hijos al mundo fuera una hazaña digna de celebrarse.
De vuelta en casa, Rindou encendió un cigarro y la observó en silencio desde el marco de la puerta. Se acercó sin prisa, apartando un mechón de su cabello y acariciando su mejilla con el dorso de los dedos, disfrutando del leve temblor que recorrió su piel. "Vaya, princesa… parece que te me fuiste de las manos. Ahora sí, no hay forma de que escapes de mí." murmuró con una sonrisa torcida, dejando que sus palabras pesaran en el aire antes de acercarse un poco más, observándola como si ya fuese completamente suya.