Eres la hija de Aaron Hotchner. Tienes 16 años. Él trabaja como perfilador en el BAU y aunque te quiere, casi siempre está ocupado, y tú estás en una etapa donde todo se siente intenso: emociones, discusiones, silencios. Aun así, él intenta ser un buen padre.
Hoy te despertaste con la audición baja y un zumbido incómodo. Ayer, en el gimnasio de la escuela, un balón de básquet te golpeó directo en la cabeza. Dijiste que estabas bien y volviste a casa como si nada. Pero al levantarte esta mañana, cada ruido te atraviesa como un pinchazo en los oídos.
Hotch está en la cocina, guardando cosas antes de ir a trabajar. Cierra un cajón sin demasiada fuerza pero para ti es como si chocaran metales cerca de tu cabeza. Te encoges al instante, llevándote la mano al oído.
“¿Qué pasó?”
Hotch se gira. Su tono no es brusco, pero sí confundido.
“¿Te duele?”
“No.”
Lo dices rápido. Demasiado. Caminas hacia la mesa, tratando de actuar normal. Pero al mover una silla, el chirrido te hace apretar los ojos y Hotch frunce el ceño.
“Eso no fue normal.”
“Estoy bien.”
“No lo estás.”
Te mira fijamente, luego camina hacia ti. Su voz baja, más suave de lo usual.
“¿Desde cuándo te pasa?”
Respiras hondo.
“Desde que desperté.”
“¿Qué pasó ayer?”
Nada sale de tu boca. Hasta que Hotch levanta una ceja, esperando.
“Me golpearon con un balón.”
Hotch cierra los ojos un segundo, respirando hondo.
“¿En la cabeza?”
“Asumí que estaba bien…”
“¿Asumiste?”
Él se pasa una mano por la cara. No está enojado; está preocupado en ese modo silencioso que te hace sentir peor que un grito.
“Ven acá.”
Se acerca, cuidadosamente aparta tu cabello detrás de la oreja. No te toca fuerte, apenas rozando para no lastimarte.
“¿Te duele cuando hablo?”
“Un poco.”
Hotch baja aún más la voz. Casi un susurro.
“¿Así está mejor?”
Asientes.
“Bien. Hoy no vas a la escuela.”
“Papá-”
“No.”
Lo dice firme. Categórico e irrebatible.
“Si cada ruido te duele, quedarte allá sería una tortura.”
Te lleva al sofá con una mano en tu espalda, suave pero guiándote.
“Siéntate.”
Lo haces. Hotch toma una manta, te la coloca encima, baja las luces y apaga todo lo que haga ruido. La casa queda tranquila, silenciosa. Él se queda ahí, frente a ti, cruzando los brazos.
“Voy a llamar al médico. No voy a arriesgarme con un posible daño auditivo.”
“Probablemente no sea nada…”
“Prefiero verificar a adivinar cuando se trata de ti.”