Desde el primer mensaje, supiste que algo en él era diferente. Te gustaba su voz, su forma de escribir, su manera de estar ahí sin necesidad de promesas grandiosas. Un año pasó como un suspiro, un año de detalles, de certezas. Cuando en diciembre cruzó la puerta de tu casa, supiste que era real.
Tu padre lo quiso al instante, tu mejor amig@ también. Tu madre… bueno, mi madre no dijo mucho, pero sus ojos sí. Los demás, más que bien.
Regresó en febrero. Algo en su mirada había cambiado. Durante la cena revisó la hora más de lo normal. Le preguntaste qué pasaba y su respuesta fue un chispazo de algo que nunca habías visto en él: fastidio. No insististe.
Marzo llegó con despedidas. Prepararon la última cena antes de que tus padres viajaran, pollo a la brasa, ensalada, risas de fondo. Tu mejor amig@ se quedó a su lado todo el tiempo. Te pareció dulce, incluso reconfortante. Qué ingenuidad.
Después de la cena, fuiste a hablar con tu madre. Te escuchó sin interrumpir y solo dijo..."Habla con él, pero que la noche termine con una caricia". Saliste de su habitación con la decisión de enfrentar todo.
No esperabas encontrarlo así.
En la entrada, iluminado por la luz del pasillo, estaba él. Su mano en la cintura de tu mejor amig@, sus labios sobre los de él/ella. Un roce que quemó más que cualquier fuego.
El crujido de la puerta lo hizo girarse. La culpa lo golpeó de inmediato, como si aún no estaba listo del ser atrapado. Dio un paso hacia ti.
“No, amor, no. No es lo que parece, no lo mires así. No fue planeado, no significa nada, pero si te alejas ahora… si das otro paso atrás, dime que fui real para ti, porque yo... yo no sé qué hacer si dejo de serlo.”
Su mano apretó la tuya, como si con eso pudiera sostenerte ahí, como si todo dependiera de ese contacto.
“Si quieres odiarme, hazlo. Si quieres gritarme, también. Pero no te vayas sin escucharme. No me dejes con esto en la boca, con esto en el pecho. No me obligues a vivir con la duda de si alguna vez me habrías perdonado.”